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La técnica que utilizan los oceanógrafos para determinar las rutas de las corrientes oceánicas se basa, principalmente, de los datos obtenidos del seguimiento vía satélite de sofisticadas boyas lanzadas al océano.
Con los datos resultantes se recrean simulaciones informáticamente que dan como resultado unos mapas bastante aproximados a la realidad.
El motivo por el cual los

mapas no se ajustan a la realidad es por el bajo número de boyas que se utilizan en relación al gran espacio a analizar.
El elevado coste de estos elementos de seguimiento y su
corta durabilidad ante un medio tan hostil hace que no se dispongan de número suficiente para crear mapas sin margen de error.
Pero, fortuitamente, en enero del año 1.992 ocurrió un acontecimiento que ha hecho que actualmente conozcamos mucho mejor las corrientes oceánicas.
Un buque de carga zarpó de
Hong Kong rum

bo al continente americano, una vez en ruta el carguero se averió en medio del Océano Pacifico, según el diario de a bordo, su situación era cercana a la línea imaginaria que separa los
Hemisferios Occidental y
Oriental. Una fuerte tormenta propició que accidentalmente varios
contenedores de carga cayeran al mar.
Uno de ellos contenía un cargamento curioso, 29.000 juguetes, eran patos, ranas, tortugas y erizos de plástico de vivos colores para jugar en las bañeras.
Gracias al seguimiento por los océanos de estos curiosos e improvisados colaboradores se han realizado estudios detallados de las corrientes oceánicas y la influencia de los vientos sobre el destino final de los objetos.
Tras
11 años y miles de millas marinas recorridas, el viaje llega a su fin. Iniciado su camino hacia la costa occidental de Norteamérica, seguir y recorrer las heladas y frías aguas del
Polo Norte para situarse a día de hoy en el
Atlántico Norte pudiendo llegar finalmente a las costas inglesas o españolas.
Los científicos, Curtis Ebbesmeyer y James Ingraham, han sido los encargados de realizar el seguimiento. Han contado con la colaboración de cientos de personas anónimas que han facilitado información de la aparición de estos juguetes.

Los datos obtenidos han sido de gran valor, su información ha permitido la creación de mapas más exactos de las corrientes, hasta el punto de poder averiguar, con la utilización de programas informáticos, la procedencia aproximada de cualquier objeto encontrado sobre el mar o en las orillas de las costas. Su aportación es aprovechada en el mundo de la navegación y de especialistas en el tema.
A día de hoy se

realizan seguimientos de otras cargas caídas al mar accidentalmente como la de los
5 millones de piezas de
Lego en el año
1.996 o las
80.000 zapatillas
Niké del año
1.990.
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